Hay va otro cacho
CapÃtulo II: El camino hacia el este
Los tres magos encontraron unas monturas que los aguardaban a la salida de la ciudad. Montaron sobre los corceles y se encaminaron hacia el este. El camino era largo pero tenÃan que llegar hasta allà lo más rápido posible. Estaba amaneciendo, eso indicaba que habÃan estado cabalgando durante toda la noche y aún asà les faltaba un buen tramo hasta llegar al campamento. A los minutos les sucedieron las horas de galope. Cabalgaban por verdes prados y solo paraban lo necesario para que sus monturas bebiesen. Cuando llegó el anochecer llegaron a una aldea. Decidieron pasar allà la noche pues el largo viaje los habÃa agotado. Aún habÃa gente por las calles, todo estaba muy agitado de hecho. A Kol’Rend, Asarik y a Yurkov les sorprendió el hecho de que todo estuviese tan vivo. Las callejuelas estaban repletas de pequeños farolillos de colores. Los niños corrÃan felices de un lugar para otro. Todo era jovial en esa pequeña aldea en medio de la nada. Algo demasiado extraño para los tres viajeros. Buscaron una posada poco frecuentada para pasar desapercibidos. Todos sus intentos fueron en vano. La alegrÃa y la jovialidad, un tanto molesta en esos momentos para tres fugitivos, llenaban todo. Cansados entraron en una venta. Un señor gordo, bajito, calvo y con bigote los recibió con gran alegrÃa. El ventero les preguntó con una gran sonrisa que deseaban.
- Nos gustarÃa pasar la noche en su venta.- Contestó Asarik un tanto desconfiado.
- PreferirÃamos que nuestra estancia permaneciese en el anonimato.- Yurkov deslizó una bolsa con cien monedas de oro por el mostrador.- Esperamos que sea suficiente.
El ventero parecÃa sorprendido. Les escuchó y no hizó ninguna pregunta. Se limitó a asentir con la cabeza. Era obvio que si pagaban esa suma de dinero era porque tenÃan problemas con la justicia, o que alguien habÃa puesto precio a sus cabezas. Llamó a un joven a gritos y le ordenó que los acompañase a sus aposentos. Sus aposentos estaban en el piso de arriba. Las paredes estaban recubiertas completamente y habÃa un pequeño escritorio en una de las paredes. ParecÃan bastante buenas de hecho. Cuando el joven les hubo indicado cuales eran sus respectivas habitaciones, Kol’Rend se aproximo al muchacho. Sacando un par de monedas de oro le preguntó cual era el motivo de tanta fiesta en esa aldea.
- Señor.- Dijo el muchacho.- Son las celebraciones por el nacimiento de el hijo de nuestro alcalde, el honorable conde de Sogandrilo.
- Entiendo…- Kol’Rend asintió pensativo.- Y una pregunta más ¿Esta aldea tiene que pagar tributo al rey de Imburgo?
- Por supuesto, esta aldea está bajo su protección. Si no pagamos el impuesto vendrán a quemar nuestras casas.
Una vez los viajeros se hubieron acomodado en sus cuartos y descansado lo suficiente, decidieron salir por la aldea. En el centro de la plaza habÃa bailes y festines. Todo el mundo parecÃa feliz. Incluso un grupo de gaiteros procedentes de las tierras del sur tocaban en las fiestas. Todo eso estaba pagado por el conde de la aldea. Era una alegrÃa ver como los impuestos de toda aquella pobre gente se invertÃan de una forma tan productiva. En el centro de la plaza se levantaba una estatua del soberano de cazarrecompensas. Las jóvenes danzaban en torno a ella. Al ver esta estatua los ojos de Yurkov empezaron a encenderse en un color rojo muy intenso. Resultaba obvio que la magia fluÃa por su cuerpo a causa de la furia y el odio que despertaban en el esa estatua. Sus compañeros se dieron cuenta. SabÃan que si estallaba en cólera, esa gente se darÃan cuenta que no eran muy afines a la legalidad de Döjther como soberano.
- ¿Cómo os atrevéis a bailar en torno a esa estatua?- Los ojos de Yurkov ahora estaban encendidos completamente. Eran totalmente rojos.- ¡Ese personaje en torno al cual bailáis, es una gran mentira!- Yurkov avanzaba hacia la estatua con sendas espadas desenvainadas.- Él no es el soberano legÃtimo de esta tierra.- Las espadas empezaron a llenarse con llamas, pero no rojas como veces anteriores, sino negras. El odio hacia esa figura era tan acérrimo, que era canalizado en todas los conjuros del demonólogo. Se acercó a la estatua y hundió sus dos espadas en el pecho de la figura de Döjther. Un rayó surcó los cielos. Cuando hubo retirado las espadas incandescentes del pecho de la estatua de metal, una luz azulada emanaba de ella. Kol’Rend no daba crédito a lo que veÃa. Era imposible, pero allà estaba. La estatua entera estaba llena de cristales nodo, pero ¿por qué? Poco importaba ya. Los magos se dispusieron en torno a ella y absorbieron sus energÃas mágicas. Minúsculas lucecitas azuladas penetraban por la piel de aquellos practicantes de la magia. Las gentes los miraban con sentimientos mezclados. SentÃan miedo y esperanza. Odio y amor. Era imposible permanecer allà sin manifestar emoción o sentimiento alguno. Cuando acabaron de alimentarse de la magia que la estatua emanaba, la gente no sabÃa que hacer. Ninguno se movÃa. Una chica joven de cabellos largos y rubios se acercó a los tres magos.
- ¿Sois magos?- Pregunto con miedo, pero llena de esperanza.
- Parece ser que asà es ¿no?- Respondió Asarik con una sonrisa.
Los tres magos se dieron media vuelta y caminaron hacia su venta. La magia los habÃa fortalecido y ahora se sentÃan mucho más poderosos. La gente no se atrevÃan a seguirlos, simplemente se limitaban a seguirlos con sus miradas hasta donde pudiesen mirar. Cuando se hubieron marchado, todos los congregados en la plaza empezaron a murmurar sobre cual era el motivo de su llegada. Esos tres magos, desconocidos por la plebe de esa pequeña aldea, fueron hacia la venta en donde se alojaban. Pensaban pasar una noche tranquila y recuperar horas de sueño perdidas.
Una figura tétrica se deslizaba entre las sombras. HabÃa estado siguiendo a los tres fugitivos desde que huyeron de Imburgo. El asesino observaba a Yurkov a través de la ventana que daba al patio. Comprobó si llevaba los enseres necesarios para realizar su trabajo. Lentamente abrió la ventana. Entró en la habitación silenciosamente como la noche. Se aproximó a la cama de Yurkov y hurgó entre sus bolsillos. Sacó una bolsita con polvo de hada en su interior. El polvo de hada tenÃa la facultad de paralizar a sus vÃctimas. Empezó a esparcirlo por toda la superficie de su vÃctima. Yurkov salió de su sueño. Tanto asesino como vÃctima se sorprendieron por hallar al otro. Yurkov fue a echar mano de su espada, pero se dio cuenta de que sus movimientos eran demasiado lentos. El asesinó propinó una patada a la espada para ponerla fuera de su alcance. El pobre mago, aun repleto de magia, tendió su mano con dificultad. Se concentró con todo su ser en un hechizo que podrÃa ser crucial para su salvación. El asesino golpeo con el puño derecho la cara de Yurkov. No podÃa permitir que acabase el conjuro. Aun asÃ, Yurkov siguió concentrándose aunque sus músculos no se pudiesen mover ya. El agresor no sabÃa que hacer para detenerlo. Al fondo de la habitación, las paredes parecÃan que fuesen de goma. Se contraÃan y se expandÃan con pasmosa facilidad. Llegaban a separarse dejando huecos de los que emanaba una débil neblina. Gruñidos de odio salÃan de la brecha. El asesino se percató de que Yurkov estaba abriendo un portal. Rápidamente, sacó su espada para acabar con la vÃctima y poder cerrar esa brecha. Una mano agarró la del asesino. Se dio la vuelta y vio lo que esperaba no ver. Tres grandes demonios rojos, con grandes cuernos. Eran figuras musculosas, de grandes manos con poderosas zarpas. Sus ojos estaban sumergidos en el odio de los infiernos. Una de las criaturas gruñó y saltó para desgarrar el cuello del asesino. El asesino esquivó el ataque mortal del demonio. Pero no se dio cuenta que mientras esquivaba ese ataque otro demonio lo atacaba por la espalda. Una zarpa desgarró su espalda. El dolor era muy intenso. La herida le quemaba. Propinó una patada a la criatura que le habÃa herido y cogiendo su espada, le propinó una estocada en el pecho de la criatura. El demonio gruñó. Mientras habÃa clavaba la espada en su vÃctima, otro demonio le atacó. Las zarpas se clavaron en el brazo que empuñaba la espada. El dolor le hizo soltarla. Otro de sus adversarios le propinó un golpe, empleando como un látigo su cola. El asesino cayó al suelo. Se dio cuenta que ese podrÃa ser su final. El demonio herido bajó su puño con fuerza para hundirlo en la cabeza del asesino. Lo esquivó, y el puño se hundió en el suelo astillándolo. El asesino se levantó y rápidamente intentó saltar por la ventana. Mientras saltaba, sintió que una mano musculosa le agarraba la pierna. Cayó al suelo y se golpeó contra él. Las demonÃacas criaturas cayeron sobre él para acabar con su vida. Pero no hicieron eso. Lo agarraron y desaparecieron con él dejando un fuerte olor a azufre. Se lo habÃan llevado a los infiernos como trofeo de caza, tradición muy frecuente en los demonios astados. Yurkov quedó tendido en su cama. No supo cuanto tiempo estuvo allà contemplando el techo. A la mañana siguiente ya se encontraba bien. La parálisis habÃa desaparecido. Se levantó de la cama. Aun habÃa rastros de la pelea de la noche anterior. Yurkov encontró una carta tirada en el suelo, debÃa de ser del asesino. Tomándola en sus manos la abrió.
Por orden del Imperio, has sido contratado para acabar con la vida de los miembros de la Orden Guerrera. En tu destino encontraras a Asarik y Yurkov, ambos traidores a su majestad, el emperador ZacarÃas IX. Junto a ellos camina Kol’Rend. Mátalo también. El pago por tus servicios será de un millón de monedas de oro.
Lord Vorjiwer, canciller del Imperio.
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By stukov